El Legado del Conde de Romanones en la Biblioteca de la Alhambra

    Como la mayoría de las instituciones culturales españolas, la Biblioteca de la Alhambra tiene su punto de partida en el convulso siglo XIX español, cuando el interés público de los bienes eclesiásticos, nobiliarios y de la Corona se consolida, concretándose la utilidad pública de una gran cantidad de objetos patrimoniales. De esa agitación política y social, participarán precisamente los protagonistas de la creación de este fondo bibliográfico que genéricamente denominamos «Fondo Romanones», pero que fue conformado por los malagueños Marqueses de Casa-Loring, completado por el Vizconde de Irueste y probablemente por su hermano el Conde Romanones, que dispuso el depósito de los libros en la Alhambra, como así sucedió en agosto de 1909.
    Fue sin duda la particular vinculación de Jorge Loring y su esposa Amalia Heredia con la Alhambra, la que motivó la composición del fondo, ya que alquilaron las salas altas de la Puerta de la Justicia como residencia, donde pasaban largas temporadas por cuestiones de negocios. Hasta allí trasladarán para su disfrute parte de su biblioteca a la que fueron añadiendo libros de temática «alhambreña», de viajes o de «maurofilia».
    El desgraciado accidente de ferrocarril que sufrió su yerno el Vizconde de Irueste en Francia, aconsejó el traslado de este para su convalecencia a los espacios habitables de la Puerta de la Justicia. Allí fue donde falleció en 1901, pasando entonces los libros a su hermano el Conde de Romanones, que los trasladó hasta Cartagena, para años más tarde decidir legarlos definitivamente a la Alhambra.
    Abundo en este relato -espléndidamente glosada por Manuel Titos, autor del estudio preliminar, que una vez más colabora con el Patronato de la Alhambra para el mejor conocimiento de su legado patrimonial-, porque redunda en aspectos que por conocidos no dejan de interesarnos. El primero de ellos es el de la vinculación afectiva de todo aquel que habita la Alhambra, «la Alhambra vivida» que recientemente denominara Pedro Galera, y que marca el devenir de sus vidas, quedando impregnados los lugares de la memoria de aquel o aquellos que los habitaron, incluso a veces convirtiéndose en continentes de sus recuerdos físicos, tal y como sucede en nuestro caso, en el que los libros quedaron ligados a la Puerta de la Justicia, al menos hasta 1915, año del traslado de la Biblioteca de la Alhambra al desaparecido mezzanino del Palacio de Carlos V, exceptuando el periplo cartagenero de los libros entre 1901 y 1909.
    Otro aspecto a destacar es el de una colección privada que a través de una donación o legado filantrópico se convierte, andando el tiempo, en el germen de una gran institución cultural, como sucede con el «Fondo Romanones», o con otros bienes de la familia Loring en Málaga, baste recordar la finca de la Concepción, o la excepcional colección de escultura clásica hoy en parte conservada en el Museo de Málaga.
    Sirva también este catálogo bibliográfico como homenaje y agradecimiento a aquellos visionarios de la utilidad cultural de sus bienes que hoy permiten su disfrute público. Aprovecho para reconocer el trabajo de los técnicos de la Biblioteca de la Alhambra, su profesionalidad y dedicación, personalizadas en esta ocasión en María del Mar Gil y María del Mar Melgarejo, que han escudriñado y puesto en valor el fondo.
    Mis últimas palabras quiero dedicarlas a los investigadores, a los que este esfuerzo de catalogación -iniciado con la publicación de Washington Irving en la Biblioteca de la Alhambra– está especialmente dedicado, con el deseo de que encuentren aquí un referente seguro para sus estudios sobre el monumento y el apasionante mundo de los relatos de los viajeros románticos que culminará décadas después con la exaltación de todo aquello que los orientalistas escenificaron en los restos de nuestro pasado.

    María del Mar Villafranca, directora general del Patronato de Alhambra y Generalife.

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