HISTORIAS DE MUJERES

FRANCISCA MOLINA, LA CUIDADORA DE LA ALHAMBRA

Girault de Prangey, El patio de los Arrayanes, estuvo en 1833, y se publicó posteriormente en su obra Choix d’ornements de l’Alhambra, Paris, Hauser, 1842. En este tipo de imágenes suele haber representadas mujeres y no puede descartarse que algunas de ellas se inspiraran en Francisca Molina y sus dos sobrinas

PROTAGONISTA
Una “humilde campesina”, como se la describió, fue la que realizó tareas de mantenimiento en la Alhambra cuando estuvo próxima a la ruina tras la invasión napoleónica. Se llamaba Francisca Molina y fue para algunos viajeros la mejor valedora del palacio.

HISTORIA
Nos ubicamos en una Alhambra próxima a la ruina. La Guerra de la Independencia, con el trasiego de tropas, el uso de edificios como cuarteles y la voladura final ordenada por el mariscal Soult, agravó dramáticamente la ya precaria situación de la Alhambra. Sus habitantes, que habían sido expulsados por las tropas napoleónicas, volvieron poco a poco; muchos encontraron en ruinas sus antiguas moradas. Según el padrón de marzo de 1819, la Alhambra tenía 290 habitantes, y entre ellos 55 eran militares y 25 frailes. La media de edad era superior a la de Granada. De todos estos habitantes tan solo uno figura como licenciado, prueba del carácter eminentemente popular de la población. El colectivo más productivo era el de los artesanos dedicados a la fabricación de tejidos. Al frente del sitio real quedó un anciano e incompetente gobernador, José Montilla, que fue incapaz de lograr que el Patrimonio Real liberara fondos para su restauración. Para los pocos trabajos de conservación que pudieron abordarse el gobernador recurría al maestro de obras Thomás López, que falleció en 1818 a los 70 años de edad. Los pocos viajeros que se acercaron en esos años describen la ciudadela como próxima a su hundimiento. No obstante, pese al maltrato del tiempo, la Casa Real vieja (el palacio nazarí) se mantenía dignamente aseada porque una mujer se encargaba de ello.

El punto de inflexión en la dramática decadencia de la Alhambra llegó en junio de 1827 cuando tomó posesión del puesto de gobernador Francisco de Sales Serna (1801-1857), joven coronel que iniciaría una activa y bien orientada labor de recuperación de la ciudadela y sus alamedas.

El nuevo gobernador mantuvo como cuidadora del palacio nazarí a la “humilde campesina” que venía realizando esta tarea, que se llamaba Francisca Molina y fue para algunos viajeros la mejor valedora del palacio. Por un censo de la Alhambra sabemos que tenía 55 años cuando Francisco de Sales Serna fue nombrado gobernador. Era soltera y poseía unas viviendas en la Alhambra que, pese a estar casi ruinosas, le proporcionaban una renta estimable a los ojos de sus pobres vecinos.

Y SUCEDIÓ EN LA ALHAMBRA

Francisca Molina no figura entre los empleados con nómina del sitio real, o sea, que realizaba su trabajo a cambio de alojarse con su familia en el palacio nazarí y de las propinas que recibiría de los ocasionales visitantes del monumento, al que se accedía sin pagar entrada. También se quedaba con las frutas y flores de los jardines, salvo un “pequeño tributo” que debía entregar de tiempo en tiempo al gobernador.

La Alhambra recibía en la época de Francisca de Molina visitantes que entraban sin pagar y que recorrían sus estancias libremente, quizás algunos de ellos fueron recibidos por Francisco Molina. David Roberts estuvo en 1833 y dibujó esta Sala de los Abencerrajes con un grupo de mujeres y hombres. David Roberts, Views in Spain: comprising Granada and Andalusia with the Palace of the Alhambra, London, Robert Jennings, 1836

Parece que Francisca Molina y sus familiares ocupaban las habitaciones del gobernador, dado que este residía en la ciudad y tenía sus oficinas en la Chancillería. Estas dependencias se encontraban sobre el Mexuar y en torno al patio del Cuarto Dorado, y habían sido construidas en las primeras décadas de la dominación castellana.

Para conocer a Francisca Molina disponemos de los documentos del Archivo de la Alhambra, que apenas nos dan referencias sobre ella, y de los testimonios de algunos viajeros románticos, destacando el del cálido escritor Washington Irving, que estuvo en 1828 y 1829, y el del cáustico aristócrata inglés Richard Ford, que se alojó en la ciudadela en 1832 y 1833. Este, que debió tener algún enfrentamiento con ella con motivo de su alojamiento, la llama por el apodo de Tía Frasquita y la califica de “rabiosa y avinagrada”, pero reconoce que fue la que puso orden en la Casa Real tras la retirada de los franceses e hizo todo lo posible por mantenerla aseada. Washington Irving la retrató cariñosamente en The Alhambra (1832) con el nombre modificado de Antonia Molina o Tía Antonia. No es el único personaje real al que Irving le cambió el nombre, pues su cicerone, Matías Jiménez, se convirtió en el libro en Mateo Ximénez, apelativo que encajaba mejor con el perfil de pícaro del Siglo de Oro que le dio el norteamericano.

Rochfort Scott, que visitó la Alhambra en 1830, también conoció a Francisca Molina y la calificó como la “vice gobernadora” de la Alhambra por la autoridad que desplegaba entre los visitantes: “bajo la atenta mirada de este personaje que vigila y cuya escoba siempre está activa, el lugar ahora se mantiene en excelentes condiciones”, aunque lamenta que la señora sea muy dogmática en el recorrido a realizar. Ese mismo año, David Inglis destacaba que en “distintas zonas de la Alhambra, muchos desaprensivos han arrancado trozos de estuco de las paredes, pero la anciana que ahora acompaña al visitante, cumple su cometido con tanto celo, que a menos que ella esté dispuesta al soborno, yo pensaría que es difícil cometer un robo”.

Por un censo sabemos que Francisca Molina tenía dos sobrinas, María Dolores Sánchez e Isidora Sánchez. Las dos son solteras, la primera residía en la Alhambra desde hacía veinticinco años, y ayudaba a su tía a cuidar y enseñar el palacio, mientras la segunda era más joven y residió poco tiempo en la Alhambra, por lo que Irving no llegó a conocerla. El norteamericano describe a Dolores como “una excelente criaturilla de una clara inteligencia natural unida a una gran ingenuidad”. Los diminutivos que utiliza para una mujer que tenía ya 31 años se deberían a su escasa estatura y a su sencillo carácter. Por lo demás, la ve como una mujer simpática, regordeta y de ojos negros y brillantes a la que su tía había asignado la misión de cuidar al escritor. Sin embargo, el mordaz Richard Ford la retrata como “fea y mercenaria”.

Con la tía Antonia vive también otro sobrino llamado Manuel Molina, que Washington Irving describe como “joven de verdadero mérito y de gravedad española”, que había sido militar en España y en América. Manuel Molina está enamorado de su prima Dolores y estudia medicina, título que logra poco antes de la partida de Irving. Manuel Molina aspira a ser el médico titular de la ciudadela, un puesto que está vacante desde hace años y que viene a cubrir interinamente el anciano cirujano José de la Plata y Chacón. Sin embargo, este no murió hasta 1833, con la para entonces inusual edad de 83 años y sin haberse jubilado. Para esas fechas, Manuel Molina ha buscado colocación en otro lugar, pues no presenta su candidatura a médico. Parece que Manuel no se casó con su prima y que esta siguió viviendo con su tía. En 1832 se sumó a la familia otra persona, Francisco Molina, de la que no se indica si es hermano de Francisca o un sobrino. Por cierto, Molina era el apellido más común entre los habitantes de la Alhambra desde hacía al menos medio siglo.

Francisca Molina solía recibir en sus habitaciones a otros habitantes de la ciudadela, todos pobres, con los que jugaba a las cartas y mantenía tertulias que interesaron mucho a Irving. Por los censos sabemos que en la Casa Real vieja vivían en aquellos días veintidós personas. Washington Irving conoció allí a un soldado, el tío Polo, que a decir de otros habitantes de la ciudadela conocía más leyendas que el propio Matías Jiménez.

Hacía 1833 vivían en la casa real vieja 22 personas, entre ellas Francisca Molina. Estas mujeres que aparecen retratadas en esta obra de Lewis no parecen meras visitantes, sino que viven allí y están amenamente charlando mientras una de ella hila con el huso. Lewis dibujó este Patio de los Leones que vio en 1833 (se publicó en John Frederick Lewis, Lewis’s Sketches and Drawings of the Alhambra made during a residence in Granada in the years 1833-1834, London, Hodgson Boys and Graves, 1835)

Otro lugar de encuentro al que acudiría Francisca Molina y sus sobrinos era el pozo de la Alhambra, que frecuentaban aguadores de la ciudad y vecinos de la Alhambra. Este era el lugar al que llegaban las noticias y rumores de lo que acontecía en Granada y en el mundo.

En los numerosísimos relatos de viajeros extranjeros posteriores a las estancias de Irving y Ford no tenemos más noticias sobre Francisca Molina. Muchos viajeros acudían con el libro de Washington Irving bajo el brazo y buscaban los servicios como cicerone de Matías Jiménez, que gracias a ello pudo dar a su numerosa familia una acomodada vida, pero no prestan atención a aquella humilde mujer que mantenía la salas del palacio dignamente aseadas. También es cierto que mientras Matías Jiménez tenía 36 años cuando conoció a Irving y tuvo una larga existencia, la tía Antonia era ya una persona mayor que no tardaría en retirarse de su dura faena.

PARA SEGUIR APRENDIENDO

Busca en los grabados de Girault de Prangey, John Frederick Lewis, David Roberts y otros artistas románticos los tipos populares para imaginarte a Francisca Molina, sus familiares y sus amigos.

Lee Cuentos de la Alhambra y localiza los capítulos en los que Washington Irving habla de Francisca Molina. Dado que hay varias versiones del libro, utiliza la aquí recomendada, que es la más completa, basada en la edición de 1850.

En 1829 estaban al cuidado de la Alhambra unas veinticinco personas, más la guarnición militar. ¿Sabes cuántos empleados tiene hoy el conjunto monumental?

PARA SABER MÁS

BARRIOS ROZÚA, Juan Manuel. Alhambra romántica: los comienzos de la restauración arquitectónica en España.
Granada: Editorial Universidad de Granada, 2016.

FORD, Richard. Granada. Escritos con dibujos inéditos.
Granada: Patronato de la Alhambra y el Generalife, 1955. (Facsímil editado en la Universidad de Granada, 2012, en la colección Archivum, con estudio preliminar de Juan Manuel Barrios Rozúa).

IRVING, Washington. Cartas desde la Alhambra.
Córdoba: Almuzara, 2009.

IRVING, Washington. Cuentos de la Alhambra.
Granada: Editorial Padre Suárez, 1965.

LÓPEZ-BURGOS, María Antonia. Granada. Relatos de viajeros ingleses, (3. vols.),
Melbourne: Australis Publishers, 2000.

ROBERTSON, Ian. Richard Ford, 1796-1858. Hispanophile, Connoisseur and Critic,
Norfolk: Michael Russell, 2004.

 

 

AUTORÍA Y FECHA: Juan Manuel Barrios Rozúa (Universidad de Granada), 31 de enero de 2025

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