La taracea

Una de las técnicas artesanales nazaríes que más han perdurado en el tiempo es la de la taracea, siendo aún hoy es un oficio tradicional de la ciudad de Granada. En este artículo conocemos esta ornamentación a través de varias piezas del Museo de la Alhambra. Etimológicamente el término taracea procede del árabe hispano tarsí?, y este del árabe clásico. tarṣī‘, cuyo significado es ?incrustación?. Es una técnica ornamental consistente en engastar en superficies lígneas diminutas piezas de diferentes maderas selectas en combinación con otros materiales como el hueso, el marfil, el carey, el nácar o incluso elementos metálicos como la plata. Sobre un diseño geométrico, cuidadosamente trazado o inciso en el material, se iban fijando las pequeñas piezas que previamente habían sido cortadas. En la composición se unen diferentes formas poligonales de distintos materiales, texturas y colores, para obtener un revestimiento ornamental de gran belleza y efectividad. A través de esta técnica objetos cotidianos de madera, como cofres, tableros o mobiliario, adquirían suntuosidad y se convertían en piezas nobles adecuadas para las clases más acomodadas. Los orígenes de esta manufactura en la península se remontan a la  Córdoba Omeya, en la que están documentada la existencia de talleres artesanales de ebanistería de los que salió, entre otras destacadas piezas, un famoso mimbar móvil en taracea de la mezquita aljama, encargado por al-Hakam II y realizado en ébano, sándolo rojo y amarillo, azufaifo y leño de sapán, según se describe en el Dikr bilad al-Andalus. Pero fue ya en la etapa nazarí cuando alcanzó todo su esplendor y son muchas las piezas del ajuar doméstico que se convierten en artículos de lujo al cubrir  su superficie con esta ornamentación multicolor. En el Museo de la Alhambra se pueden disfrutar de diversas piezas de taracea, siendo quizá la jamuga una de las más conocidas. Este ejemplo de mobiliario palatino está recubierto por una rica labor de taracea de maderas finas con  plata y marfil que dibujan ruedas de lazo de a ocho. La decoración está rebordeada por series de puntos y un cordón de marfil y ébano que simula las aristas, en un trabajo de gran calidad y perfección. Singular pieza es también un tablero de ajedrez de los siglos XIV- XV realizado en en madera de nogal y de abedul, con metal y hueso en su tono original o tintado en verde. Los laterales de la cara del juego del ajedrez presentan ornamentación con taracea con tres grandes estrellas de ocho en cad lado formadas por dos cuadrados interpolados, en las que se inscriben otras estrellas similares en su interior. En la cara del juego de tabla la labor crea similares estrellas, con un gran nudo central. También de taracea son las puertas que pertenecieron a una alhacena de la desaparecida Casa de los Infantes, también conocida como Palacio de Cetti Meriem, construido a finales del siglo XIV o principios del XV por Muhammad Ibn al-Mawl. Las puertas fueron fabricadas con madera de ciprés, decoradas con taracea y con un diseño diferente en cada una de sus caras. En la cara interior presenta una labor de lazo  blanco y negro que organiza una composición de lazo de ocho con estrellas y zafates decorados. Combina hueso natural y policromado en verde, cedro claro, sándalo negro y plata. En la cara interior la taracea se concentra en las hojas de la puerta,  creando un marco fino de color blanco que en su interior se desarrolla un motivo de la estrella de ocho dentro de otra estrella también de ocho, realizadas con hueso y maderas tintadas. Pero el uso de este técnica no se limitó al ámbito hispanomusulmán y antes incluso de la caída del reino nazarí de Granada se conoce la existencia de talleres moriscos que realizaban la labor de taracea en diversos puntos de la península. Esta rica manufactura continuó desarrollándose en los reinos cristianos y son numerosas las referencias a piezas elaboradas con taracea en los inventarios reales, lo que indica la importancia otorgada a estos objetos. En el Museo de la Alhambra se puede apreciar una pequeña y delicada arqueta de taracéa de finales del siglo XV que actúa como puente entre las piezas del periodo de apogeo nazarí y a las de época  morisca/mudéjar. Decorativamente tiene un diseño geométrico organizado en diferentes niveles y con distintos tratamientos en la zona de tapadera, en cada una de las caras del octógono que forman el cuerpo de la caja y en las bandas continuas que delimitan la pieza tanto en la zona superior como en la inferior.  El cuerpo se organiza en tres módulos decorativos: una banda inferior, un frente principal (con dos modelos distintos para las caras) y una banda superior. La parte de abajo se compone por una franja longitudinal con dos filas de rombos ornamentados con pequeñas incrustaciones en blanco y negro, a modo de ajedrezado.  La zona central se organiza por frentes, delimitados en sus cuatros lados por una franja decorativa con motivo de triángulos blancos y negros.  El tercer módulo del cuerpo, el que se encuentra justo en la parte superior, está formado por una banda decorativa compuesta por almenas blancas en posición invertida sobre fondo negro. La tapa, por su parte desarrolla en todos sus frentes un mismo esquema decorativo, formado por primera banda fina de rombos en azul y verde, una moldura lisa  y una segunda banda más gruesa que repite el modelo de rombos en ajedrezado de la base. La parte superior de la tapa presenta una ornamentación formado por un cuadrado en el que se insertan una series de estrellas en madera clara. Son significativas en esta pieza sus inscrutaciones en azul y verde, que la hacen destacar frente a otros objetos de taracea más monocromáticos. La pervivencia de la técnica se aprecia también en piezas de época contemporanea que también forman parte de la colección del museo, como una serie de mesas neonazaríes del siglo XIX en las que se continúa esta tradición. Esta pieza, con incrustaciones de nácar, es un ejemplo de ello. �